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dispensable en su empresa. Por su parte, Kolesnikov consideraba la muerte del mismo modo.

—No se trata ahora mas que de encontrar escopetas dijo el último—. Los mapas ya los tengo yo. También tengo todos los informes necesarios...

Escucha, Sacha: hay que renunciar a nuestro proyecto de incendiar las tabernas. Al pueblo le gusta demasiado el vodka. Además, al prender fuego a las tabernas podríamos quemar aldeas enteras...

—¡Qué contrariedad!... ¿Cuándo me vas a presentar a Andrés Ivanovich?

—Al marinero? A fe mía que no lo sé. Lo guardo como un rico tesoro y ni siquiera le dejo salir a la calle. ¡Eso es pureza! En eso puede rivalizar contigo. Con él hasta podría pasarme sin ti; pero no sabe mandar, imponer su voluntad. ¡Maldita época de esclavos! Hasta para estos negocios no puede uno prescindir de un aristócrata, de un hijo de general... ¡No te enfades, Sacha!

Sacha enrojeció ligeramente.

—No; tienes razón.

—¡Maldito pueblo! Porque mi padre fué siervo, yo he heredado de él este servilismo inconsciente, el miedo a los señores. Es nuestra maldición, la maldición de los hijos del pueblo. Y para ustedes, hijos de señores, es un crimen que deben expiar.

La larga caminata los había cansado un poco.

A la derecha se podían distinguir vagamente los contornos de un montón de casucas. En la ventana de una de aquellas casucas fulguraba una luz,