IUJ —Yo no tiraré el primero—se dijo Sacha, con su browning en la mano.
Esperó. Pasaron dos minutos, y Kolesnikov permanecía en el suelo, sin moverse. «Qué le pasa?», se preguntaba Sacha.
De pronto Kolesnikov se levantó y echó a andar hacia adelante, con paso rápido y decidido. Cuando había andado ya unos diez pasos, Sacha le siguió. Anduvieron así casi una versta, silenciosos.
Sacha veía ante sí, a la misma distancia siempre, la alta figura taciturna de Kolesnikov.
El cielo se hacía más claro a medida que se acercaban a la ciudad.
Kolesnikov se detuvo de pronto y esperó a Sacha.
—Perdóname—le dijo cuando llegó junto a él—.
Comienzo, en efecto, a arrojarme sobre la gente.
Esto me sucede a veces. ¿No estás enfadado?
—No—respondió Sacha, con reserva. Las palabras injuriosas no ejercen ningún efecto en mí.
Pero sábelo bien, Basilio: yo no me humillaré jamás ni permitiré a nadie que se humille.
Kolesnikov sonrió con amargura y dijo suspirando:
—Sí; tienes razón. ¿Comprendes ahora, Sacha, por qué yo no puedo ponerme a la cabeza, y por qué quiero ponerte a ti?
—Sí; lo comprendo.
—Yo soy una fiera salvaje. Cuando estoy en la ciudad, entre la gente, me humanizo un poco...
Hasta se me puede tomar por un ser civilizado; pero,