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espectador, tres hechos, y en estos tres hechos toda la monarquía española del siglo diez y siete; más arriba de ellos hay una pura y luminosa criatura; una mujer, una reina. Desgraciada como mujer, porque es como si no tuviera marido; desgraciada como reina, porque lo es como si no tuviera rey; inclinada por piedad real hacia los que están á sus pies, ó tal vez por un instinto propio de mujer, ella mira hacia abajo, mientras que Ruy Blas, el pueblo, mira hacia arriba.

Á los ojos del autor, y sin ocuparse de lo que los personajes accesorios puedan prestar á la verdad del conjunto, estas cuatro cabezas agrupadas de esa manera, resumirían los principales relieves, que la monarquía española de ahora ciento y cuarenta años presentaba á los ojos del historiador y del filósofo. A estas cuatro cabezas, parece que podría agregar­se otra, la de Carlos Segundo. Pero en la historia como en el drama, Carlos Segundo de España no es una figura; es una sombra.

Nos queda por decir, que lo dicho, no es la explicación de Ruy-Blas: es simplemente uno de sus aspectos; —tan solo la impresión que este drama, si mereciese ser estudiado, dejaría en el espíritu que concienzudamente lo examinara, por ejemplo, del punto de vista de la filosofía de la historia.

Pero, por muy poco que sea este drama, como to­das las cosas de este mundo, tiene otros muchos aspectos, y puede ser considerado de diferentes mo­dos. Que se nos permita, únicamente para hacer