¿Q
uién es ese que murió en pequeña lejana ciudad, durante el cataclismo más espantoso de la historia, sin cargo importante ni fortuna, antes empobrecido por todas las miserias de la existencia; y que, no obstante, entristeció al desaparecer, veinte naciones representadas en la ocasión por sus más bellas almas: con lo cual sonaron para lamentar como bronces dolidos, los sendos idiomas ibéricos que hablan cien millones de hombres? ¿Quién es ese más grande, así, que los reyes, ya que no teniendo corona de mandar, mereció entre los pueblos los funerales de Alejandro? ¿Quién es ése que de tal modo representaba como la expansión
de un nuevo helenismo? Ese no es sobre la tierra sino esta cosa de apariencia sutil y fugaz: un alma que canta. Y él mismo habíase definido de esta suerte:
Como la alondra y el ruiseñor, simultáneamente encarnados en él, Rubén Darío, poeta absoluto, es un ser constituido de alas, melodía y luz. Alas que viven de volar; melodía que de callar muriera; luz que prolongando en infinitud de amor la noche de Julieta, así