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la cosa triste, como al azar, y las lágrimas que también precisa esconder, porque son feas y puras como diamantes brutos. Y luego este deber terrible de la elocuencia que mejor quisiera ser silencio y llorar; la cláusula medida en homenaje de belleza; la regla de bronce estoico sobre el ínclito mármol.

Pero no, no es esto, nada de esto lo que yo quería decirte, óyelo amigo bien amado, porque ahora hablo sólo para tí: "hermano en el misterio de la lira" como tú me dijiste una vez que con mi dicha fuiste dichoso. Tú sabes que soy fuerte, y no obstante, esto es lo cierto, me falló el corazón. Tú sabes que no ando con mis penas para que las compadezcan, sacándolas a luz, como un mendigo con sus llagas; que tengo una voluntad; que sé imponer al mismo dolor el deber de la belleza; y no sé cómo, al notar que ya con estas palabras me despedía, el alma se me derramó en lágrimas casi felices de venir, del propio modo que una noche primaveral en un reguero de estrellas.