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RUBEN DARIO

aislamiento era como un calabozo que llevaba consigo, y resultaba la causa inmediata de sus caídas.

Atribuyo en gran parte a aquel cautiverio, sin que esta suposición quite nada a su fe, respetable como ninguna, la religiosidad de Rubén Darío. Fué siempre católico, y con ello monárquico de convicción; pues como no había menester de utilitarias conciliaciones, declaraba sin esfuerzo la evidente incompatibilidad del catolicismo con la República. Su pretendida conversión al morir calumnia, pues, su fe de cristiano. La integridad del dogma no ha tenido acatamiento más constante que el suyo.

No necesito añadir que, así, su despreocupación de la popularidad era absoluta; su desinterés de la gloria mayoritaria. alto y frío como un Ande bajo su manto azul.

Llevaba entonces barbado el rostro de cálida palidez, la cual dilatábase como soñando en la marmórea culminación de la frente. El cabello crespo y negrísimo, que nunca se infló en melena, iba regular sin compostura. Los ojos faunescos encendíanse de alegre franqueza que fácilmente oblicuaba en chispa irónica; pero su mirada era. sobre todo, fraternal. La ancha nariz, la ruda boca, repetían la máscara "verleniana". Durante sus momentos de distracción, invadíala una placidez monacal. El talante del poeta era de una elegancia varonil. Su tronco recio, su andar reposado. Todo en él manifestaba una virilidad casi brutal, salvo las manos bellísimas que parecían de jazmín. Vestía con sobria elegancia y expresábase lo mismo. Cuando tras ocho años de separación, víle de nuevo, la rasura