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RUBEN DARIO

Pero gloria de artista suele no ser más que tirante medianía en la casa de huéspedes y en el empleo subalterno que le dan por compasión. Tal fué siempre, y más bien peor con frecuencia, la situación del maestro bien amado. Y todavía enrostrábansela de vez en cuando, y nada era tan inseguro como sus propias colocaciones de la burocracia o del periodismo. Así solía recordar que «La Nación» fué la única morada cómoda para su talento; pues como si fuera casa propia, igual se le conservaba en la ausencia. Allá hizo también algunas de sus mejores amistades. París y Buenos Aires resultábanle, según muchas veces lo repitió; las únicas ciudades donde vivía a gusto. Tenía de nuestro país una idea altísima y gloriosa. Decía que para él era algo en este mundo ser transeúnte habitual de la calle Florida.

Hallábase en el período más brillante y sonoro de su campaña intelectual. Ricardo Jaimes Freyre era su 'hermano de armas. La Revista de América, que para mayor poesía tuvo la vida de las rosas, acababa de ser el estandarte, o mejor dicho el tirso alzado por los dos poetas, pues llevó el color de aquéllas, mientras ellos con sus versos pusiéronle el perfume. No obstante, escribíase con entusiasmo, discutíase con ardor, y algunos jóvenes poetas ingresaban como novicios al grupo.

Darío, que era de una excesiva timidez, prefería aquella fácil sociedad a los halagos que nuestros salones le brindaban. Aquel evocador de princesas, sentíase horriblemente cohibido ante las damas: y el protocolo hubo de sufrir en las manos del diplomático que