Página:Rubén Darío.djvu/19

Esta página ha sido validada
269
RUBEN DARIO

virtud la verdadera elegancia consiste en no hacerse notar, o una antigualla reaccionaria. No hay obra humana de belleza o de bondad que prospere sin su grano de sal francesa. Este grano de sal es perla que ha germinado en siglos y siglos de labor, de dolor, de heroísmo, de genio, de arte, de gloria. Y por esto, porque constituye la síntesis, excelente entre todas, del espíritu humano bajo su concepto superior, a todo comunica con la misma eficacia las propiedades substanciales de la sal: la claridad, la franqueza, la sobriedad, el sabor, la sazón, la fuerza.

He aquí por qué la influencia de Darío fué superior a la de Martí, genio, héroe y mártir. Es que este último, en su propia magnificencia, escribió todavía el castellano académico. Hizo las del Cid, que es decir cosas grandes entre las más excelsas: pero no habló como él. Pues el Campeador de las Españas cometía galicismos...

Amar a Francia es ya una obra de belleza. Gloriarse de ello ahora es un acto de dignidad humana. Su heroico dolor ha sido la revelación de esta grandeza: que la justicia de la humanidad es la justicia de Francia. En el peligro de Francia fermenta en sangre la barbarie de Europa. Y nosotros no podemos desentendernos de ello sin renegar nuestra propia civilización. La miserable neutralidad de los pueblos que se llaman libres, aun cuando con ella se exhiben esclavos del miedo, es una aceptación anticipada de la felonía, el terrorismo y la infamia. La esperanza, este bien supremo que ilumina la existencia del último miserable, es una flor de Francia: una intrépida amapola de sus campiñas, cu cuya seda ligera palpita el hervor de hierro