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LXXIV
A MI ÁNGEL
Cúbreme con tus alas, ángel mío,
haciendo de ellas nube que no pasa;
tú proteges la mente á la que abrasa
la cara del Señor, mientras el río
del destino bajamos. Pues confío
que cuando vuelva á la paterna casa,
no ya velada la verdad, mas rasa
contemplar pueda á todo mi albedrío.