Dios nos hizo gran merced,
y él siendo la nuestra guía,
vencimos muchas faciendas;
cristianos, moros vencían.
Quisieron ellos quitarme
la merced que Dios me hacía;
pero non pudo ninguno
seguir tan mala porfía;
loado el nombre de Cristo
á Valencia conquería.
A hombre del mundo yo
señorío no debía,
sino al buen rey don Alfonso,
al cual mucho yo quería.
Que supiera que mi cuerpo
tan poco durar había,
en verdad vos digo yo;
que ya el fin es de mi vida.
Treinta días, que no más,
mi cuerpo el alma ternía;
siete noches han pasado
que visiones me seguían;
Diego Laínez mi padre,
y mi hijo aparecían;
dicen: «Mucho habéis durado
en aquesa triste vida;
vayámonos á las gentes
que perdurable vivían.»
Yo no creo estas visiones;
mas mi muerte es cedo aína.
Ya sabéis cómo el rey Búcar
contra nos cierto vernía;
treinta y seis reyes de moros
trae en su compañía;
pues tan gran poder como este
defenderse non podría
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ROMANCERO DEL CID