Cuando el Cid no se cató
un hombre vido á su lado,
el rostro resplandeciente,
cano, crespo y muy honrado,
tan blanco como la nieve,
con color muy sublimado:
díjole:—¿Duermes, Rodrigo?
Recuerda y está velando.—
Díjole el Cid:—¿Quién sois vos
que lo habedes preguntado?
—Sant Pedro llaman á mí,
príncipe del apostolado;
vengo á decirte, Rodrigo,
otro que no estás cuidando,
y es que dejes este mundo,
Dios al otro te ha llamado,
y á la vida que no há fin
do están los santos holgando.
Morirás en treinta días,
desde hoy que esto te hablo.
Dios te quiere mucho, Cid,
y esta merced te ha otorgado;
y es que después de tú muerto
venzas á Búcar en campo:
tus gentes habrán batalla
con todos los de su bando.
Esto será con la ayuda
de mi hermano Santiago,
y él verná á la batalla;
ya se lo tiene mandado.
Tú, Rodrigo Campeador,
haz enmienda á tu pecado,
porque muerto que tú seas
á la gloria seas llevado,
que Dios por amor de mí
todo aquesto ha ordenado,
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ROMANCERO DEL CID