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ROMANCERO DEL CID

El rey miraba los Condes
qué responden atendiendo,
pero ninguna razón
en su defensa dijeron.
Los jueces mandan las dén
sin ningún detenimiento;
magüer hubieron pavor
entregarlas no quisieron.
El rey dijo:—Descorteses,
volvédselas á su dueño,
que supo mejor ganallas
de los moros de Marruecos.—
Ya cobradas las espadas,
dos mil marcos de dinero
les pide, y todas las joyas,
que les dió en los casamientos.
Unánimes los jüeces,
de común consentimiento
les condenan á que paguen
de contado todo el precio.
Comenzó de nuevo el Cid,
los ojos como de fuego,
y el rostro como una gualda,
á demandalles el tuerto.