no lo había otro mejor.—
Ellos en aquesto estando
el buen Cid allí asomó
con trescientos caballeros:
todos fijosdalgo son,
todos vestidos de un paño,
de un paño y de una color,
si no fuera el buen Cid,
que traía un albornoz;
el albornoz era blanco,
parecía emperador,
capacete en la cabeza,
que relumbra como el sol.
—Dios vos mantenga, buen rey,
y á vosotros sálveos Dios,
que non fablo yo á los condes,
que mis enemigos son.—
Allí dijeron los condes,
fablaron esta razón:
—Nos somos fijos de reyes,
sobrinos de emperador;
¿merescimos ser casados
con fijas de un labrador?—
Allí hablara el Cid,
bien oiréis lo que fabló:
—Convidáraos yo á comer,
buen rey, tomástelo vos,
y al alzar de los manteles
dijistes esta razón:
Que casase yo mis fijas
con los condes de Carrión.
Diéraos en respuesta
con respeto y con amor:
Preguntarélo á su madre,
su madre que las parió,
preguntarlo he yo á su ayo,
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ROMANCERO DEL CID