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ROMANCERO DEL CID

de escuderos y fidalgos
esperando que el Cid venga.
Él sale ya de la sala,
ya está en medio la escalera,
y sálenle á acompañar
sus dos fijas y Jimena.
Abrázalas cortésmente,
y ruégales que se vuelvan,
que en ver presentes sus fijas
tiene presente su afrenta.
Descendió fasta el zaguán
donde estaba su Babieca,
que de ver triste á su amo
casi siente su tristeza.
Salió en cuerpo hasta la plaza
armado con armas negras,
sembradas de cruces de oro,
desde la gola á las grevas.
Vió su gente tan lucida,
y en la ventana á Jimena,
y por facer lozanía
puso al caballo las piernas.
Llevó los ojos de todos,
y al cabo de la carrera
quitó á Jimena la gorra
y tocaron las trompetas;
todos siguieron tras él,
¡cuán lucida gente lleva!
pues alegre el sol de vellos
en las armas reverbera.
Caminan por sus jornadas,
y á la vista de Requena
detuvo la rienda el Cid,
que no quiso entrar en ella.
Acordóse en aquel punto
que allí fué la vez primera