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ROMANCERO DEL CID

mandó llamar á sus hijos,
y sin decilles palabra,
les fué apretando uno á uno
las fidalgas tiernas palmas;
no para mirar en ellas
las quirománticas rayas,
que este fechicero abuso
no era nacido en España.
Mas prestando el honor fuerzas,
á pesar del tiempo y canas,
á la fría sangre y venas,
nervios y arterias heladas,
les apretó de manera
que dijeron:—Señor, basta
¿Qué intentas ó qué pretendes?
Suéltanos ya, que nos matas.—
Mas cuando llegó á Rodrigo,
casi muerta la esperanza
del fruto que pretendía,
que á do no piensan se halla,
encarnizados los ojos,
cual furiosa tigre hircana,
con mucha furia y denuedo
le dice aquestas palabras:
—Soltedes, padre, en mal hora,
soltedes en hora mala,
que á no ser padre, no hiciera
satisfacción de palabras;
antes con la mano mesma
vos sacara las entrañas,
faciendo lugar el dedo
en vez de puñal o daga.—
Llorando de gozo el viejo
dijo:—Fijo de mi alma,
tu enojo me desenoja,
y tu indignación me agrada.