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ROMANCERO DEL CID

Danle voces que se acerque,
y él no osa de pavor,
que son hijos de ignorancia
el empacho y el temor.
—Por Dios te rogamos, home,
que hayas de nos compasión,
así tus ganados vayan
siempre de bien en mejor;
nunca les falten las aguas
en el estío y el calor,
las hierbas no se les sequen
con la helada y con el sol;
tus tiernos fijuelos veas
criados en bendición,
y peines tus blancas canas
sin dolencia ni lesión,
que desates nuestras manos,
pues que las tuyas no son
como las que nos ataron,
de malicia y de traición.—
Estando en estas palabras
el buen Ordoño llegó
en hábito de romero
de orden del Cid su señor:
prestamente las desata
disimulando el dolor.
Ellas que lo conocieron
juntas lo abrazan las dos;
llorando las dice:—Primas,
secretos del cielo son
cuya voz y cuya causa
está reservada á Dios.
No tuvo la culpa el Cid,
que el Rey se lo aconsejó;
mas buen padre tenéis, dueñas,
que vuelva por vueso honor.