por espacio de una legua
el Cid los ha acompañado:
cuando d’ellas se despide
lágrimas le van saltando.
Como hombre que ya sospecha
la gran traición que han armado,
manda que vaya tras ellos
Álvar Fáñez, su criado.
Vuélvese el Cid y su gente,
y los Condes van de largo.
Andando con muy gran priesa
en un monte habían entrado
muy espeso y muy oscuro,
de altos árboles poblado.
Mandan ir toda su gente
adelante muy gran rato;
quédanse con sus mujeres
tan solos Diego y Fernando.
De sus caballos se apean
y las riendas han quitado.
Sus mujeres que lo ven
muy gran llanto han levantado
apéanlas de las mulas
cada cual para su lado;
como las parió su madre
ambas las han desnudado,
y luégo á sendas encinas
las han fuertemente atado.
Cada uno azota la suya
con riendas de su caballo;
la sangre que d’ellas corre
el campo tiene bañado;
mas no contentos con esto,
allí se las han dejado.
Su primo que las hallara,
como hombre muy enojado
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ROMANCERO DEL CID