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II


uidando Diego Laínez
en la mengua de su casa,
fidalga, rica y antigua
antes que Íñigo Abarca;
y viendo que le fallescen
fuerzas para la venganza,
porque por sus luengos días
por sí no puede tomalla,
no puede dormir de noche,
nin gustar de las viandas,
ni alzar del suelo los ojos,
ni osar salir de su casa,
nin fablar con sus amigos,
antes les niega la fabla,
temiendo que les ofenda
el aliento de su infamia.
Estando, pues, combatiendo
con estas honrosas bascas,
para usar d’esta experiencia,
que no le salió contraria,