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PRÓLOGO

Motivo más formal de aprecio se halla en el valor relativamente moral é histórico del mismo Romancero. Se extrañará la primera calificación, que damos únicamente como relativa, si se atiende al primer hecho ruidoso que se atribuye al Cid (fundado en preocupaciones que la recta razón desaprueba) y á los ímpetus de su bravío carácter, con respecto al monarca y aun al sumo Pontífice[1]: todo lo cual proviene de las fabulosas narraciones transmitidas por el poema de El Rodrigo; mas fuera de esto y si se atiende al efecto general, se ve retratado el Cid como varón de nobilísimo carácter, defensor de la fe, de la patria y de la familia, amador del derecho, bueno para los suyos y rendido en el fondo á un monarca que no siempre le trataba con justicia. Por otra parte, levísimas supresiones han bastado para que resultase una expresión constantemente limpia y decorosa[2].

Por lo que hace á la parte histórica ¿quién negará que se han entrometido muchas ficciones en la vida poética de nuestro héroe? Es fabulosa la reyerta de Diego y su hijo con un Gormaz (ó Lozano ó mejor lozano) que nunca ha existido, y toda la expedición de Fernando y de Rodrigo á lejanas tierras; esto también, aunque con más visos de verosimilitud, el casamiento de los infantes de Carrión, y distan mucho de ser auténticas la mayor parte de anécdotas que de los posteriores años se refieren. Mas casi todos los personajes, un gran número de hazañas, el hecho importantísimo de la toma de Valencia, la resistencia á los almoravides, las desavenencias y reconciliaciones con Alfonso y un cierto ambiente general que en los romances se respira, son verdaderamente históricos.

Por tales dotes, menos comunes de lo que se creyera en narraciones de esta clase, por el sinnúmero de bellezas poéticas que sólo muy someramente hemos indicado, por el interés é incomparable variedad de las situaciones queda justificada la predilección de propios y extraños por el Romancero del Cid, que el célebre estético Hegel (en demasía célebre como filósofo) puso por encima de los demás ciclos poéticos populares y equiparó á un collar de perlas.


Manuel Milá y Fontanals.