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ROMANCERO DEL CID

Tomad esfuerzo, mis hijos,
si nunca le habéis tomado;
acordaos que descendéis
de la sangre de Laín Calvo,
cuya noble fama y gloria
hasta hoy no se ha olvidado,
pues que sabéis que don Diego
es caballero preciado,
pero mantiene mentira
y Dios d’ello no es pagado;
el que de verdad se ayuda
de Dios siempre es ayudado.
Uno falta para cinco,
porque no sois más de cuatro,
yo seré el quinto, y primero
que quiero salir al campo.
Morir quiero y no ver muerte
de hijos que tanto amo.
Mis hijos, Dios os bendiga
como os bendice mi mano.—
Sus armas pide el buen viejo,
sus hijos le están armando,
las grevas le están poniendo;
doña Urraca había entrado,
los brazos le echara encima,
muy fuertemente llorando.
—¿Dónde vais, mi padre viejo,
ó para qué estáis armado?
Dejad las armas pesadas,
que ya sois viejo cansado,
y sabéis que si morís,
perdido es todo mi Estado.
Acordaos que prometistes
á mi padre don Fernando
de nunca desampararme
ni dejar de vuestra mano.