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EL ASEDIO


Sus enormes proyectiles los germánicos morteros
— tempestad de fuego y plomo— calculadamente lanzan,
y entre llamas y derrumbes y quejidos lastimeros
impertérritas las tropas, vomitando hierro, avanzan.

Por las calles, cual torrente de la cumbre, se derraman
en tropel niños y viejos, dando voces de honda angustia;
unos lloran y a sus madres sollozantes otros llaman,
— espasmódicos los ojos y la faz verdosa y mustia —.

Al retumbo del cañón el aire tiembla crispativo;
todo es ruido, confusión, desastre, lágrimas y ruina.
Es milagro el que al través de tanto estrago queda vivo.

En un cielo azul rutilan las estrellas misteriosas;
—es la hora del ensueño, de la calma vespertina...—
¡Qué ridículas parecen— y son tristes— nuestras cosas!


Bayona, Octubre, 1914.