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Acta de Pío XI

«no siendo ya oyente sordo del Evangelio», hizo el propósito de no negar limosna a ningún pobre, principalmente al que al pedírsela «alegase el amor divino»[1]; pero la gracia perfeccionó con creces a la naturaleza. Así, pues, con un impulso interior de Dios, a un pobre a quien antes había rechazado, arrepentido luego, lo buscó y, lleno de piedad y generosidad, le ayudó a aliviar su pobreza. Estando rodeado de jóvenes en cierta ocasión en que después de un alegre convite recorrían cantando la ciudad, se detuvo repentinamente quedando abstraido por una gran dulzura de espíritu; y ,cuando volvió en sí, al preguntarle sus compañeros si estaba pensando en una esposa, les respondió en seguida con gran ardor que ellos habían acertado, puesto que se proponía tomar una esposa noble, rica y hermosa como ninguna; con estas palabras entendía él la pobreza y la religión fundada principalmente en el culto de la pobreza. Pues de Cristo nuestro Señor, que siendo rico se hizo pobre por nosotros para que con su pobreza nos hiciéramos ricos[2], aprendió quella sabiduría divina, que ningún pretendida sabiduría humana borrarrá y que ella sola con su santa novedad puede restaurar todas las cosas. Jesús había enseñado: «Bienaventurados los pobres de espíritu»[3]; «si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dalo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; luego ven y sígueme»[4]. Esta pobreza, que consiste en aquella renuncia voluntaria y decidida de todas las cosas que se hace por inspiración del Espíritu Santo, es del todo contraria a aquella otra pobreza obligada y llena de tentación de algunos antiguos filósofos. De tal manera la abrazó nuestro Francisco, que con toda reverencia y amor la llamaba Señora, Madre y Esposa. Dice a este propósito san Buenaventura: «Nadie estaba tan deseoso de oro, como él de la pobreza; ni ninguno cuida un tesoro con mayor solicitud que él de esa margarita evangélica»[5]. Y el mismo Francisco, al recomendar y ordenar a los suyos, en la ley propia de la Orden, un especial ejercicio de esta virtud, muestra ciertamente con palabras claras en cuánto valor la tenía y cuánto la amaba: «Esta es la excelencia de la altísima de la pobreza, que a vosotros, carísimos hermanos míos,

  1. San Buenaventura, Leyenda Mayor, c.1 n. 1 (LM 1, 1).
  2. 2 Cor 8,9.
  3. Mt 5,3.
  4. Mt 19,21.
  5. San Buenaventura, Leyenda Mayor, c. 7 (LM 9, 1).