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Acta Apostolicae Sedis - Comentario Oficial

y recorrer la ciudad entre cantos alegres, aun cuando era reconocido por la integridad de sus costumbres, la pureza de sus palabras y el desprecio de las riquezas. Después de la cautividad en Perusa, de penurias y de molestias de una cierta enfermedad, se sintió, no sin maravilla suya, interiormente cambiado; sin embargo, como si quisiera huir de las manos de Dios, marchó hacia Apulia a fin de afrontar heroicas empresas. Pero en el camino fue avisado con claridad por Dios, que le mandó volver a Asís, donde se le enseñaría lo que tenía que hacer. Después de muchas dudas, entendió, por divina inspiración y por haber escuchado durante la misa solemne aquel pasaje del Evangelio que se refiere a la misión de los apóstoles y a su género de vida, que debía vivir «según la forma del santo Evangelio» y servir a Cristo. Desde entonces, pues, comenzó a unirse muy estrechamente a Cristo y hacerse del todo semejante a él; y «todo el empeño del siervo de Dios, tanto público como privado, miraba hacia la cruz del Señor; desde los primeros tiempos en que comenzó a militar para Cristo crucificado, brillaron a su alrededor los diversos misterios de la Cruz»[1]. Verdaderamente fue éste un buen soldado y caballero de Cristo por la nobleza y generosidad de su ánimo, pues, para no discrepar en cosa alguna de su Señor, tanto él como sus discípulos, además de acostumbrar a leer y consultar en sus deliberaciones como un oráculo el texto evangélico, la ley de la Órden[a] que fundó la conformó totalmente con el mismo Evangelio, y la vida religiosa de los suyos con la vida apostólica. Por lo cual al comienzo de la regla escribió acertadamente: «La regla y vida de los Hermanos Menores es ésta, guardar el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo...»[2][b]. Pero, para entrar más a fondo en el asunto, veamos, Venerables Hermanos, con qué preclaro ejercicio de las más perfectas virtudes se preparó Francisco para servir a los designios de la divina providencia, y cómo se hizo idóneo y ministro de la reforma de la sociedad.

no es difícil de imaginar con la mente en qué fuego de amor ardía hacia la pobreza evangélica, sin embargo nos parece muy difícil describirlo. Nadie ignora que Francisco fue naturalmente inclinado a ayudar a los pobres, y, según el testimonio de san Buenaventura, lleno de tanta benignidad que,

  1. Tomás de Celano, Tractatus de miraculis S. Francisci Assisiensis n.1.
  2. Regla de los Frailes Menores, inicio.


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