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Acta de Pío XI

Es necesario pues que, en primer lugar, reproduzcan en sí la insigne imagen del padre fundador sus numerosísimos hijos de las tres órdenes: las cuales, estando «establecidas en todo el orbe -como escribía Gregorio IX a santa Inés, hija del rey de Bohemia-, hacen que cada día el Omnipotente en ellas sea glorificado de muchos modos»[1]. Y al felicitar vivamente a los religiosos de la Orden Primera, que denominamos con el nombre de franciscanos, porque a través de indignas vejaciones y contratiempos, como el oro sólido del crisol, cada día renacen más a su antiguo esplendor, deseamos en el alma que con el ejemplo de su penitencia y humildad clamen de nuevo con más vehemencia contra la tan difundida concupiscencia de la carne y contra la soberbia de la vida. Que atraigan siempre al prójimo hacia los preceptos evangélicos, lo que obtendrán menos difícilmente si guardan hasta la perfección aquella santa Regla que su fundador llamaba «libro de la vida, esperanza de salvación, médula del Evangelio, camino de perfección, llave del paraíso, pacto de alianza eterna»[2]. No deje nunca el Seráfico Patriarca de cuidar y favorecer desde el cielo la mística viña que él mismo plantó con sus manos; y que con la savia y jugo de la caridad fraterna nutra y fortalezca sus tupidos sarmientos, de manera que, hechos todos «un solo corazón y una sola alma», se apliquen con diligencia a la renovación de la familia de Cristo. Y las vírgenes sagradas de la Orden Segunda, «partícipes de la vida angelical esclarecida por Clara», como lirios plantados en el huerto del Señor, continúen agradando a Dios con el perfume y el níveo candor de sus almas. Por las cuales oraciones sucede que muchos se acogen a la clemencia de Cristo Señor, y se acrecientan las alegrías de la Madre Iglesia por los hijos restituidos a la divina gracia y a la esperanza de eterna salvación. Y finalmente apelamos a los Terciarios, que conviven agrupados o dispersos en el mundo, a fin de que se afanen en apresurar el acrecentamiento de la vida espiritual del pueblo cristiano.

  1. Gregorio IX, Carta apostólica, De conditoris omnium, 9-V-1238.
  2. Tomas de Celano, Vida Segunda de San Franciasco, n. 208 (2 Cel 208).