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Acta Apostolicae Sedis - Comentario Oficial

o a los hombres y mujeres secuaces del lujo y de la fastuosidad, todos los fieles imiten y se revistan de aquella forma de santidad que él nos presentó, conformada con la pureza y simplicidad de la doctrina evangélica. Y a esto deseamos que tiendan todas las ceremonias sagradas, públicas manifestaciones, conferencias y sermones a lo lagos de este centenario: a que el Seráfico Patriarca sea celebrado con auténticas manifestaciones de piedad tal como fue, y no diferente, a fin de que aparezca con aquellos dones de la naturaleza y de la gracia, empleados maravillosamente para la mayor perfección propia y de sus seguidores. Y si es temerario comparar entre sí a los santos del cielo, de los cuales el Espíritu Santo eligió a unos para una misión en este mundo y a otros para otra -una comparación que, nacida muchas veces de los movimientos desordenados del alma, está vacía de toda utilidad y es injuriosa para el mismo Dios autor de la santidad-, parece sin embargo que ningún otro santo hubo en el cual la imagen de Cristo nuestro Señor y la forma de vida del Evangelio haya brillado más exacta y más expresiva que en Francisco. Por lo cual el que se llamó a sí mismo Heraldo del gran Rey, ha sido el mismo llamado con acierto otro Cristo, porque apareció a sus contemporáneos y a los venideros como Cristo vuelto a la vida: de donde se siguió que viva hoy ante los ojos de los hombres y que vivirá para toda la posteridad. Y esto, ¿a quién puede maravillar, cuando ya los primeros de sus contemporáneos que escribieron sobre la vida y obra de su padre legislador, pensaron que éste tenía una naturaleza casi mayor y superior que la humana; cuando nuestros predecesores, que trataron a Francisco familiarmente, no dudaron en reconocer que él había sido enviado providencialmente para la salvación del pueblo y defensa de la Iglesia? Y ¿por qué, después de tan gran intervalo desde la muerte de Francisco, la piedad de los católicos y la misma admiración de los no católicos se renueva con ardor, sino porque su vida resplandece hoy no menos que ayer, y su fuerza y su virtud para curar a los pueblos, por ser hoy todavía tan eficaz, es invocada para ello? Su acción reformadora de tal manera alcanzó a todo el género humano que, además de haber restituido ampliamente la integridad de la fe