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Acta Apostolicae Sedis

-cortejo formado entre el repiquetear de las campanas y los cantos populares-; personas de toda edad, sexo y condición se agolpaban a su alrededor, lo acompañaban, rodeaban de día y de noche la casa en que se hospedaba para verlo salir, tocarlo, hablarle y escucharle como si fuera a alejarse de ellos. Nadie resistía a su palabra, ni aquellos que estaban arraigados en el vicio y la maldad. Y así sucedió que muchos, incluso de edad madura, renunciaran a todos sus bienes terrenos por amor de la vida evangélica, y que pueblos enteros de Italia, renovadas sus costumbres, se pusieran bajo la dirección de Francisco. Más aún, crecía con desmesura el número de sus hijos, y era tal el entusiasmo suscitado en todas partes por seguir sus huellas, que el mismo Seráfico Patriarca se vio obligado muchas veces a rechazar y hacer desistir a hombres y mujeres que estaban por alejarse del matrimonio y de la vida familiar, con el propósito de renunciar al mundo. Entretanto, el deseo que principalmente animaba a aquellos nuevos predicadores de la penitencia era restablecer la paz entre los particulares, las familias, los pueblos y las regiones afligidas y ensangrentadas por las continuas discordias. Y se ha de atribuir a la fuerza sobrehumana de la elocuencia de aquellos hombres rudos el que en Asís, en Arezzo, en Bolonia y en otros muchos pueblos y ciudades, se llegara a establecer una plena pacificación general, confirmada a veces con pactos solemnes. A semejante obra de pacificación y reforma general contribuyó en alto grado la Orden Tercera, orden ciertamente religiosa pero que, como nuevo ejemplo para aquellos tiempos, no estaba obligada a ningún voto religioso, y tenía como objetivo dar la oportunidad a todos los hombres y mujeres del mundo de cumplir la ley divina y de alcanzar la perfección cristiana. Estos fueron los principales puntos del Reglamento que se estableció para la nueva comunidad: que no fuesen admitidos sino aquellos que estuvieran dentro de la fe católica y con suma reverencia obedecieran a la Iglesia. Se establecía el modo cómo los socios de ambos sexos ingresarían en la Orden y, después del año de noviciado, prometerían fidelidad a la Regla el hombre y la mujer, previo consentimiento del cónyuge. Se reglamentaba los vestidos concordantes con la honestidad y la pobreza, y la moderación de los adornos femeninos. Se prohibía a los Terciarios la asistencia a banquetes y fiestas deshonestas, y a bailes. Se establecía el ayuno y la abstinencia; la expiación de las culpas tres veces al año,