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Acta Apostolicae Sedis - Comentario Oficial

para presentar y enaltecer solo aquellos méritos del progreso de las ciencias y artes superiores, de las instituciones de beneficencia, de su patria, y de la humanidad en general, reduciéndolos a una cierta excelencia natural y a una vana profesión de religiosidad. Por eso no deja de sorprendernos cómo la admiración de semejante Francisco, tan disminuido y hasta simulado, pueda ayudar a sus recientes devotos , que buscan las riquezas y los placeres o que, acicalados y perfumados, frecuentan las plazas, los bailes y los espectáculos, o se revuelcan en el fango de los placeres, o ignoran o rechazan la ley de Cristo y de la Iglesia. Muy a propósito viene aquí aquella admonición: «A quien es grato el mérito de algún santo, debe serle asimismo grato el seguirle en el culto de Dios. Porque o bien debe imitarle si le alaba, o bien no debe alabarle si rehúsa imitarle; y quien admira los méritos de los santos, vuélvase admirable él mismo por la santidad de su vida»[1].

Así Francisco, fortalecido por las virtudes que hemos recordado, para enmienda y salud de sus contemporáneos, con feliz auspicio fue llamado para ser defensor de la Iglesia universal. Junto a la iglesia de San Damián, donde acostumbraba orar entre suspiros y gemidos, había oído por tres veces una voz celestial que le decía: Francisco, ve y repara mi casa que está a punto de arruinarse del todo[2]. Como no hubiese entendido el oculto significado de la visión, puesto que era de ánimo humilde y se juzgaba poco capaz para cualquier gran empresa, Inocencio III en su interpretación vio más claramente la recomendación tan lastimera del Señor a través de la celestial visión de Francisco, que sostendría con sus espaldas el tambaleante templo de Letrán. El Seráfico Varón, una vez fundadas las órdenes, una para hombres y otra para mujeres, para llevarlos por el camino de la perfección evangélica, recorre con rapidez las ciudades de Italia, y con palabra breve pero ardientísima comienza, por sí mismo y por los discípulos que antes había elegido, a anunciar y predicar penitencia a los pueblos: en cuyo ministerio obtuvo increíbles resultados por la palabra y por el ejemplo. Pues Francisco, en todas las partes a las que viajaba, con motivo de su misión apostólica, el clero y el pueblo le salían al encuentro, agitando ramos de olivo

  1. Breviario romano, día 7 de noviembre, lectura IV.
  2. San Buenaventura, Leyenda Mayor de San Francisco, n. 2 (LM 2).