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Acta de Pío XI

si la naturaleza se resistía. En los últimos años de su vida, cuando, todo semejante a Cristo, estaba como clavado en la Cruz por las llagas, y lo atormentaban multitud de enfermedades, no quiso tampoco conceder a su cuerpo nada de solaz y descanso. Y no descuidó entrenar a los suyos en la austeridad y la penitencia, aun cuando -y solo en esto «anduvieron discordes las palabras y las obras del santísimo Padre»[1] al ordenarlas les aconsejó que moderaran la excesiva abstinencia y los castigos corporales.

¿Quién no ve con claridad que todas estas cosas procedían de una sola y única fuente de caridad divina y de un mismo origen? Pues como escribe Tomás de Celano: «Inflamado en divino amor, el beatísimo padre Francisco pensaba siempre en acometer empresas mayores. Mantenía vivo el deseo de alcanzar la cima de la perfección, caminando con un dilatado corazón por la vía de los mandamientos de Dios»[2]; y según Buenaventura: «Todo él parecía impregnado -como un carbón encendido- de la llama del amor divino»[3]; ni faltaban quienes «no podían dejar de llorar al ver que en tan poco tiempo había llegado de tanta liviandad y vanidad mundanas a tanta hartura de amor de Dios»[4]. Pero esta caridad de tal manera redundó en ls prójimos, que, a los hombres pobres y entre ellos a los desgraciados leprosos, de los que antes siendo joven había sentido natural repugnancia, venciéndose a sí mismo los abrazó con especial benignidad y se consagró totalmente a su servicio y curación. Quiso que sus hijos se amasen con no menor caridad; por lo cual la familia franciscana se erigió como una «noble construcción de la caridad, en que las piedras vivas, reunidas de todas las partes del mundo, formaron el templo del Espíritu Santo»[5].

Hemos querido, Venerables Hermanos, detenernos un tanto en esta contemplación de sus altísimas virtudes, porque, en estos tiempos, muchos, a los que ha alcanzado la peste del laicismo, acostumbran a despojar a nuestro héroe de la auténtica gloria y luz de la santidad,

  1. Tomás de Celano, Vida Segunda de San Francisco, n.129 (2 Cel 129).
  2. Tomás de Celano, Vida Primera de San Francisco n. 55 (1 Cel 55).
  3. San Buenaventura, Leyenda Mayor, c. 9 n. 1 (LM 9,1.
  4. Leyenda de los Tres Compañeros n. 21 (TC 21).
  5. Juan de Celano, Vida Primera de San Francisco n. 38 y ss. (1 Cel 38ss).