Debidamente purificadas muchas almas y movidas a una vida perfecta, por medio del Gran Jubileo en la ciudad de Roma -que hemos prorrogado para el orbe entero de modo que pueda disfrutarse hasta el final del presente año-, parece que se nos añade un gran cúmulo de beneficios buscados y esperados del mismo Año Santo por la solemne conmemoración, que en todas partes se prepara, de Francisco de Asís, al cumplirse el séptimo centenario del día en que cambió felizmente el destierro terrestre por la patria celestial.
Fue un hombre entregado, por los divinos designios, no sólo a la edad turbulenta en que vivió, sino a la sociedad cristiana de todos los tiempos para su reforma; al designarlo nuestro inmediato predecesor como patrono celestial de la llamada Acción Católica, es conveniente que aquellos de nuestros hijos que según nuestros mandatos trabajan en la Acción Católica, juntamente con la numerosa familia de Francisco, de tal manera recuerden y ensalcen sus hechos, sus virtudes y espíritu, que, desechada la falsa imagen del seráfico varón que gusta a los que favorecen los modernos errores,