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vigor y de ternura real. Y en cuanto llegue la aurora, armados de una ardiente paciencia, entraremos a las espléndidas ciudades.
¡Qué hablaba yo de una mano amiga! Es una admirable ventaja poderme reír de viejos amores farsantes, y cubrir de vergüenza esas parejas mentirosas, —vi el infierno de las mujeres allá abajo;— y me será permitido poseer la verdad en un alma y un cuerpo.
abril-agosto, 1873.