¿Qué futuro tendría? No conoce a nadie; jamás trabajará. Quiere vivir sonámbulo. ¿Con sólo su bondad y su caridad podría obtener derechos en el mundo real? Por instantes, olvido la miseria en que he caído: él me hará fuerte, viajaremos, cazaremos en los desiertos, dormiremos sobre los adoquines de ciudades desconocidas, sin cuidados, sin penas. O yo despertaré, y las leyes y las costumbres habrán cambiado, —gracias a su mágico poder,— el mundo, aunque continúe siendo el mismo, me dejará a merced de mis deseos, de mis dichas, de mis indolencias. ¡Oh!, ¿me darás la vida de aventuras que existe en los libros para niños, como recompensa, después de haber sufrido tanto? Pero él no puede. Ignoro su ideal. Me ha dicho que tiene remordimientos, esperanzas: pero que eso no es de mi incumbencia. ¿Le hablará a Dios? Tal vez yo debiera dirigirme a Dios. Pero estoy en lo más profundo del abismo, y ya no sé rezar.
«Si él me explicara sus tristezas, ¿las comprendería mejor que sus burlas? Me ataca, pasa horas avergonzándome con todo lo que ha podido conmoverme del mundo, y se indigna si lloro.
«—¿Ves a ese elegante joven entrando a esa bella y tranquila casa? Se llama Duval, Dufour, Armando, Mauricio, ¿qué sé yo? Una mujer se ha consagrado a amar a ese malvado idiota: está muerta, y sin duda es una santa allá en el cielo ahora. Tú me harás morir así como él hizo morir a esa mujer. Es nuestro suerte, la que nos toca a los corazones caritativos...» ¡Ay! había días en que todos los hombres le parecían juguetes de delirios gortescos: y se reía espantosamente, durante mucho tiempo. —Después, recobraba sus maneras de joven madre, de hermana amada. ¡Si fuera menos salvaje, estaríamos salvados! Pero su dulzura también es mortal. En definitiva, estoy sometida a él.— ¡Ah, qué necia soy!