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puede servir para ilustrar al hombre, existía desde mucho ántes de que pudiera aprovecharse, porque no había aún quien supiera sacar el fruto de ello; no había hombres capaces de descubrir las leyes generales. El decir que «Adam fué hecho del lodo de la tierra: de tierra y agua», parece dar á entender que para el redactor del Génesis, la materia existe bajo tres fases primordiales: preorgánica, orgánica y postorgánica. Adam, ó sea el hombre perfectible, debía ser el que ocupa el centro matemático, ó «justo medio», entre las dos fases extremas (gaseosa y mineral, á la temperatura ordinaria) de que se compone la materia viva, ó si no, esa justa combinacion de credulidad é incredulidad, llamada prudencia ó, mas propiamente, agnosticismo.

La raza privilegiada se hallaba «en el Paraíso», ó sea rodeada de todo cuanto podía despertar el deseo de saber, y de favorecer la actividad de la inteligencia.

En medio de aquella multitud de conocimientos, y escondida por ellos, estaba «desde el principio», la símpode de la credulidad, ó «árbol de la vida» de la inteligencia, y además, ya existían los eternos principios de la Moral, ó sea «el árbol de la ciencia del bien y del mal».

La vida era fácil y se deslizaba dulcemente en una ininterrumpida série de inocentes y útiles placeres, tanto materiales como intelectuales.

Numerosos inmigrantes de todos los pueblos salvajes acudían al país de las delicias, atraídos por las ventajas de su clima y producciones; pero la raza privilegiada, que lo poseía, se mantenía pura de todo cruzamiento con los extranjeros.

Despues de un largo transcurso de tiempo, sucedió que una parte de la raza privilegiada cayó en la molicie. El vigor de su inteligencia degeneró rápidamente por falta de uso y se hizo ávida de credulidad.

Tanto los degenerados, como los que conservaron el vigor de su inteligencia, continuaron habitando el mismo país. Los últimos, sin dar importancia, ó sin apercibirse de la decadencia intelectual de los demás, continuaron uniéndose en matrimonio con los degenerados.

Capítulo III. Eran, empero, ciertos «ministros de Zeus» (en la teogonía egipcia, la serpiente Ceraste era el emblema de Ammon, ó Zeus) eran, digo, los mas astutos de todas cuantas serpientes había sobre la tierra, y dijeron á los mas ávidos de credulidad, y