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quería romper su nuez con ella. Despues de muchas vueltas, y revolviendo por todos lados, encontró un pedazo de ladrillo de máquina oculto entre la arena, y, desde ese momento, no paró hasta conseguir su objeto. Nunca he vuelto á oír la voz con que saludó su triunfo—un Eureka! de mono, pero Eureka!

Poco despues encontró una moneda de cobre de 2 centavos. Hizo lo mismo que con la nuez al principio.

Y aquí empiezan las comparaciones.

Que las diferencias de sonido, al golpear la moneda contra el zócalo y contra el hierro, llamaron su atencion, me parece seguro, porque, despues de mirarla un momento, recogió un pedazo de cáscara de aquella y golpeó alternativamente hierro y zócalo con la moneda y con la cáscara. Satisfecho de sus observaciones, bajo este punto de vista, se dedicó á estudiar y comparar la dureza. Mordió la cáscara y la rompió. Mordió la moneda y no consiguió nada. Se trepó por el tejido y mordió una tabla del techo hasta sacarle astillas, mordió los barrotes, volvió á morder la moneda, el ladrillo, la pared, mordió todo cuanto encontró á su alcance; pero la moneda era el objeto principal de sus mordiscos. De pronto se detuvo, la miró bien, y dando un salto recogió el ladrillo y empezó á golpearla, operacion á la que dedicó cerca de un cuarto de hora. En uno de esos movimientos parece que pudo distinguir en la moneda la cabeza de la República, porque empezó á hacer girar la suya en todas direcciones, como buscando una linda cara semejante, y luego se empeñó en arrancarla de su pequeño fondo plano con las uñas. Siendo estériles todos sus esfuerzos, volvió á sentarse como ántes en la caja, y cuando vinieron los otros monitos á rodearlo, él no se opuso á que se llevaran la moneda.

—«Vayan y muerdan!»—parecía decirles con sus ojitos vivarachos, mientras se rascaba la cola—«rómpanse los dientes, y cuando saquen de esa cabeza una cosa tan buena como la que yo saqué de la nuez, no se olviden de convidarme!»

E. L. Holmberg.