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có á recibir la suya y se la comió ántes que sus parientes, á los que quiso arrebatar lo que les quedaba; pero ellos huyeron, y él nada pudo conseguir. De pronto se detuvo, bajó, hizo unas morisquetas, y acercándose al sitio donde estaba la ratita escondida, empezó á gritar de un modo extraño. Los otros, como solicitados por esa voz de atencion, bajaron tambien, llevando sus golosinas en la boca ó en una mano. Simon entónces escarbó la tierra, extrajo la rata, la botó repetidas veces al aire, y luego echó á correr y á saltar llevándola de una parte á otra. Sus compañeros empezaron á perseguirlo para quitársela, y en las idas y venidas, alguno dejaba caer los restos de su golosina, que Simon se apresuraba á devorar, para seguir su carrera, pero observando siempre. Cuando ya nada quedaba, se detuvo, se sentó sobre una caja, los otros vinieron á rodearlo, y él les entregó la rata con indiferencia.

En aquel momento hubiera deseado saber cómo se ríen los Monos.

Naturalmente, los demás dieron una batalla por la interesante presa, hasta que al fin uno de ellos le comió los sesos y desdeñó el resto, que ninguno quiso.

Llamé á Simon y le di una nuez. La miró, le dió vueltas, la olió y empezó á golpearla sobre el suelo blando. Como ésto no diera resultado, trató de morderla; pero sin éxito. La golpeó entónces contra la pared y debió reconocer que eso era mas duro, porque al dar un golpe y apretarse un dedo, volvió á dar en el suelo. Siendo infructuoso su empeño, la empezó á sacudir contra un barrote de hierro, y probablemente observó algo en el sonido, porque pasaba alternativamente del hierro á la pared y vice versa. Despues de muchas vueltas, se acercó al sitio en que me hallaba y con voz lastimera, con su habitual súplica de uí, uí, uí, parecía pedirme consejo para llegará la codiciada carne de la nuez. Tomé entónces otra y la coloqué en el zócalo del jaulon, por fuera, de modo que él no la alcanzara. Con una piedra, empecé á golpearla de modo que no se rompiera de pronto, pero que él pudiese observar. Cuando la abrí, le regalé el contenido, muy de su agrado. Dejé la piedra en el zócalo y me retiré fuera de la baranda. Simon se desesperaba por hacerla pasar por debajo de la barra inferior; seguramente