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estaban los Loros. Como de ésto hace apénas cinco años, la historia no es tan antigua, y medio Buenos Ayres puede recordar cómo se reunía la concurrencia en torno de aquel pabellon para observar los gestos, luchas y morisquetas de los Monitos, y las suertes de su agilidad prodigiosa en las argollas, trapecios y molinetes suspendidos de los barrotes de fierro superiores, que servían de llaves á la construccion.

Uno de ellos, macho adulto y muy inteligente, era, el patriarca de aquel manicomio. Jamás estaba quieto cuando alguien le observaba á sus sabiendas; pero nunca le ví hacer un movimiento que no fuera estudiado, ya sea para satisfacer alguna curiosidad, ya para castigar á algun congénere travieso, ó adquirir nueva fama como acróbata consumado. Era afecto á darse corte, á lucirse, y á mostrarse agradecido al público, que le estimulaba con aplausos, con carcajadas, y quizá con golosinas.

Alguna que otra vez, al pasar por su departamento, me detenía un instante á observarlo, y áun á recoger los comentarios que el público hacía á su respecto.—«Parece gente!» decían muchos al verlo.

En cierta ocasion, fué necesario dar una batida á las ratas que habían hecho cuevas en el suelo del departamento. Mientras un peon, con una manga de goma, las llenaba de agua, otros, con palos, las mataban al salir, y la variedad de movimientos produjo tal susto en la gente cebina, que todos los Monitos treparon á los barrotes de arriba. Ninguna rata quedó viva, y los peones, á medida que las mataban, hacían con ellas un monton. Cuando todo se calmó, el Mono que me ocupa se acercó á las ratas muertas, y agazapándose, y con mucha cautela, se apoderó de una jóven que miró, olió, palpó y rascó. Como aún conservaba restos de vida, Simon II llevó á un rincon, la colocó en el suelo, y despues le mordió el cráneo, sin duda para despenarla. Luego se sentó de tal modo que la ocultaba á la vista de los otros. En eso entró un peon con una pala, á fin de tapar las cuevas, y Simon, apoderándose de la ratita, la metió en una, y le echó tierra encima. Como esta cueva quedara así tapada, el peon no se ocupó de ella.

Observando que los otros Monitos estaban asustados, busqué algunas golosinas para distraerlos. Simon se acer-