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convergencia, comun á todos los que no se detengan ni desvien en ramas laterales y permanentes, y que se llegará, si no á la verdad, por lo menos á un órden de ideas igual ó muy semejante al de los observadores que en otras civilizaciones anteriores alcanzaron á la misma línea de convergencia.

Es muy verosímil que los sabios de una civilizacion muy remota conocían las leyes y la forma de la evolucion intelectual, y sabían que no se la puede detener indefinidamente, sinó hasta el día en que los Galileos, los Brunos, los Newtons y demás génios se rebelaran contra la metáfora infantil y contra todos sus derivados procedentes de las fuerzas accesorias. Tambien es probable que conocían las leyes de la vida, y temieron y quisieron evitar las malas consecuencias experimentales de la vulgarizacion de una ciencia tan desmoralizadora para los malos, como moralizadora para los buenos.

Lo que de cierto no previeron, fué la furiosa credulidad, larga infancia y enorme masa de «los torrentes que, como una peste mortífera, se precipitarían del cielo» sobre las Musas de Alejandría, como se precipita sobre todos los países el universal y eterno diluvio que libra al mundo de los demasiado estables en sus creencias, y de todos los que violan las leyes de la vida.

Por eso encuentro plenamente justificable y aun muy acertado el uso del lenguaje alegórico y sentido oculto con que los sabios antiguos enseñaban al pueblo el fruto condensado de sus observaciones. ¿Cómo hubieran podido satisfacer, sin peligro, la naciente curiosidad del pueblo, y hacérselo comprender todo, sino traduciéndolo al lenguaje infantil, en el cual se ha conservado hasta hoy? Como decía San Pablo, «debían alimentarlos con leche y no con manjares sólidos, propios para los varones ejercitados en el lenguaje de perfecta y consumada sabiduría».

El sistema de los antiguos sabios, para trasmitir su saber, es admirable, porque revela muy prácticos y profundos conocimientos de las diferencias intelectuales de los hombres. El misterio con que mantenían oculta la ciencia, servía mas bien para estimular la curiosidad de los ávidos del saber. Al que se le reconocía apto y digno de poseerlo, se le admitía en los santuarios y se le iniciaba en los secretos allí guardados. Ese sistema contrasta con el moderno, el cual revela tan claramente la completa ignorancia de las diferencias intelectuales, haciendo que se someta obligatoriamente á un mismo plan á todos los individuos estivados en las aulas. Es