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centinela oye en el silencio de la noche los ruidos que no podría percibir durante las horas de bullicio; y en ese estado que llamamos éxtasis, así como durante el sueño, las acciones del medio exterior son mas perceptibles, y áun exageradas en el mismo orden de ideas del objeto de la atencion ó de las preocupaciones habituales.

Si con agua fría hacemos repentinamente una aspersion á dos personas, de las cuales una esté despierta y la otra dormida, veremos que la primera reacciona inmediatamente con una contraccion refleja; la segunda permanecerá impasible, pero, en cambio, soñará que se ahoga en una lluvia torrencial, en un diluvio.

Durante el sueño, la picadura de un mosquito da la sensacion de una ancha equimosis de forma circular, en cuyo centro hay una herida profunda, de donde torrentes de sangre manan con fuerza intermitente, como de una arteria. Cuando no hay tanta exageracion, sino simple aumento de sensibilidad, por la falta de resistencia cerebral, el individuo extasiado se sorprende de su inusitada penetracion de espíritu, y no creyendo sea el fruto de su propia inteligencia, ya por modestia, ya por estar acostumbrado á que todo le sea enseñado por otra persona, atribuye á un ser invisible y sobrenatural, lo que, en realidad, no es sino el resultado de una ley natural en su propio organismo: una intuicion.

¿Se dirá, por eso, que la concordancia de la religion católica, con las leyes de la vida, se debe exclusivamente á la correspondencia ó armonía que debe existir entre la Naturaleza y su accion sobre el cerebro humano? De ninguna manera. Si así fuese, la concordancia sería mayor, completa, tal vez. Porque la enseñanza indirecta es una imposicion de las creencias personales, mas ó menos estables del maestro, que mas bien detienen el progreso del saber, ó lo desvian del camino recto de la observacion directa, sea voluntaria, sea por intuicion inconsciente.

Cuando á un individuo se le dice explícita y sentenciosamente lo que él ya había visto como á la luz de una chispa eléctrica, ó á la escasa claridad de la noche, lo cree con mas ó menos avidez, áun sin la intervencion del hipnotismo, propiamente dicho. La persona que en realidad no hizo sino reforzar las ideas latentes, será objeto de grande admiracion; se le tendrá por un hombre extraordinario, por un «enviado divino» ó por un dios. Los antiguos sabios conocían esta ley psicológica, y supieron explotarla para enseñar su ciencia al pueblo.