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silera de Rio Grande del Sur, como lo es tambien en todos los bosques sub-tropicales y tropicales de la América Austral. Animal de vida nómada, se reune en grandes bandadas (ó piaras, que guía un macho viejo) y que recorren extensiones enormes, dejando tras de sí, como huella de su paso desvastador, un destrozo considerable en las tierras por donde pasan, las que aran con su hocico inquieto, á fin de extraer las raíces que les sirven de alimento.

Bosque ó plantaciones, para ellos es lo mismo; la cuestion es comer, y de dia ó de noche, al son de sus gruñidos, persisten en su obra de destruccion.

En su marcha, hacen un ruido especial, algo como un traqueteo; pero dada la densidad de los bosques, que apaga los sonidos, no se percibe sinó de corta distancia.

Nada les detiene en su avance. Para ellos no hay dificultades: monte, bañados, arroyos y aun ríos, son atravesados caminando ó nadando.

La direccion de la marcha la lleva siempre el macho viejo, que vá de puntero, y todos los demás lo siguen inconscientemente; pero á veces tambien se equivoca, y, á lo mejor, se mete dentro de algun pueblo, como sucedió ahora pocos años, una tarde de Viérnes Santo, en el de San Pedro del Paraná ó Bobí, situado en el Paraguay (al Sur) á pocas leguas del Rio Tebicuary.

Aquello fué un espectáculo original, porque, sin darse cuenta, la poblacion se vió de pronto invadida por aquella horda animal que se metia por todas partes, en la Iglesia, las casas, la plaza, bajo los corredores, lo que permitió, á pesar de lo solemne del dia, que los habitantes, echando á un lado los escrúpulos religiosos, se lanzaran, llenos de entusiasmo, que en guaraní expresan con gritos y carcajadas, al más desenfrenado sport cinegético, que dió por resultado una matanza horrible, comparable sólo á una San Barthelemy porcina.

El chancho que nos ocupa es más ó menos de un metro de largo y unos cuarenta centímetros de alto, aumentándose estas dimensiones en los individuos viejos.

Sobre el lomo tiene una glándula que exhala, cuando el animal se irrita, un fuerte olor nauseabundo, casi insoportable, á lo que llaman por allí la catinga, de modo que los