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reglamentos tiran, con mas ó menos fuerza, á los buenos hácia atrás y á los malos hácia adelante, y los sujetan á todos en equilibrio inestable, que desaparece tan pronto como se presentan las circunstancias favorables. En este caso hacen se realice lo de la fábula de la gata metamorfoseada en mujer y que se precipitó del lecho nupcial cuando sintió el ruido de un raton.

Creo haber cumplido mi promesa de explicar con exactitud cuáles son la diferencia y los distintivos sexuales de la mente; así como tambien la de exponer, aunque muy á la ligera, los fundamentos generales de la necesidad de dar á la religion católica una base científica. Sólo me resta, para poner término á este capítulo, el indicar el medio práctico de realizarlo.

El lector va lo habrá deducido de las premisas, pero diré, no obstante, que el medio de conciliar las creencias sexuales y hacerlas converger á la formacion de una religion científica, es el de seguir el camino trazado por la Naturaleza, el cual consiste en hacernos concesiones recíprocas entre femeninos y masculinos. Serán por cierto de alguna consideracion para los femeninos, pero tambien, ayudándonos de la metáfora, serán tanto mas fáciles para los masculinos, cuanto mayor sea la diferencia entre nuestros conocimientos actuales y los de aquellos que permanecen á miles de años atrás.

Los femeniles, por su parte, podrán eliminar sus mas antiguas y decrépitas interpretaciones subjetivas de las leyes de la vida, porque las nuevas descansan sobre una base sólida y objetiva, y, como se verá despues, son tan consoladoras para los buenos, como terriblemente amenazadoras para los malos.

Por medio de esta convergencia podremos hacer que el bello sexo nos acompañe en todo á nosotros y no á los individuos femeniles, y se cumpla, así, respecto de las creencias religiosas, la misma ley que rige para la formacion de un nuevo ser: la fecundacion de las ideas femeniles, esterilizadas en su estabilidad, por medio de las varoniles, rejuvenecidas por la evolucion.

Empero, para llegar á ese punto de convergencia, no son la mujer y los individuos femeniles los que han de iniciar el movimiento y venir hacia nosotros; eso sería querer violar una ley sexual, tan sabida, como dulce es obedecerla: somos nosotros, los varoniles, los que debemos ir hácia la montaña, y no llegaremos á ella sino por medio de la suprema concesion de nuestra parte. Consiste ésta en admitir por base y dogma fundamental de nuestra religion científica, el siguiente principio: todo es natural.