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costa buscando los Carpinchos que, encandilados por aquella luz fuerte, dejábanse acercar sin preocuparse más que en mirar aquel gran ojo luminoso que absorbía toda su atencion.

Los pobres animales, sentados sobre sus patas traseras, con la cabeza levantada, permanecian inmóviles hasta tanto que la fija del cazador se clavaba en sus carnes, arrancándoles un grito ronco de un dolor que los hacía precipitar al agua.

Y allí, sumergidos, debatíanse un instante, el suficiente para que el carpinchero los atracase á la canoa, sepultándoles el cuchillo.

Pronto morían; aquella agua los lavaba, y en un abrir y cerrar de ojos eran despojados de su cuero, principal objetivo de su caza; á veces se guardaba su carne para aumentar los víveres.

Este es el método más comun que emplean los isleños de Entre Ríos para cazar el Carpincho. La fija es una especie de lanza, pero cuya punta recta tiene el corte del anzuelo de modo que una vez que penetra en las carnes no puede salir sino haciendo un tajo; es como un harpon.

Otras veces hacen uso de fusiles de fulminante cargados á municion, ya por el mismo procedimiento de la linterna, ó ya de dia, acompañados por perros baqueanos en esta clase de cacerias, que no tienen otro objeto que el de hacerlos salir de los pajales para que caigan al agua en donde aprovecha el cazador para fulminarlos con sus balas.

Los carpincheros me han asegurado que, áun acosados por los perros, los carpinchos enfermos de mal de San Lázaro (lepra) (?) y las hembras en ciertas épocas, no se lanzan al agua, prefiriendo dejarse matar.

El Carpincho, en tierra, no es un animal inofensivo; si puede llegar á morder con sus grandes incisivos, lo hace, y he visto varios perros con cicatrices producidas por sus horribles tajos. Algunos isleños, en la época del celo del animal que me ocupa, imitan silbando el silbido especial, sui generis, que produce el Carpincho, para atraerlos á sus emboscadas, á las que vienen creyendo encontrar á sus hembras ó vice-versa.

La matanza de carpinchos emplea mucha gente y segun