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El cardenal Cisneros.

más influencia, le avisaba de los pasos que le convenia dar personalmente y de los que él daba por su cuenta; conquistaba á unos con los halagos, completando así la obra del Rey que escribia cartas afectuosas á sus amigos de ántes, á otros los retraia ó los sojuzgaba con el terror, y como en tiempos de revueltas la causa más santa, la legitimidad más incontrovertible pronto naufraga si no se apoya en la fuerza, formó un verdadero ejército, que tenia bien atendido y pagado, siempre dispuesto á tener á raya á los grandes y á castigar sus atrevimientos.

En vano se le interponian en su camino dificultades de toda especie á cada instante. Vacó un pingüe beneficio en su diócesis, y habiéndolo provisto en Pedro Mártir, hombre de gran mérito, se encontró con que un hermano del Duque del Infantado se habia ya posesionado de él, en virtud de una bula pontificia de las llamadas espectativas, igual á la que trajo Cisneros de Roma y le valió sufrir algunos años la severidad del Arzobispo Carrillo. No quiso reconocer Cisneros que fuese igual el caso, pues el Papa que concedió la última bula habia ya muerto, y tales beneficios, segun decia, acaban con el Pontifice que los otorga; pero esto no era más que un sofisma para cubrir su propia inconsecuencia, y aunque hizo bien en sostener á Mártir en su beneficio contra el que traia la provision del Papa, deducimos de esta contradiccion en un varon tan justo y tan insigne la elocuente enseñanza, tantas veces acreditada por la experiencia, de que no es lo mismo pedir de abajo que conceder de arriba, pues el que está abajo sólo ve su interes privado, mientras que el que está arriba ha de atender á la armonía de los múltiples intereses que están sometidos á su autoridad y á su celo.

No poca fortuna fué en Cisneros dominar prontamente este conflicto, como dominó los varios en que se vió envuelto en esta epoca azarosa de su agitada vida. Intrigaban los grandes con la Reina, pero eran escasos los relámpagos que brillaban en aquella apaga la inteligencia, y esos los aprovechaba el Arzobispo. Acudian al Emperador Maximiliano; pero éste se hallaba muy lejos y Cisneros no le temia. Querian suscitar sospechas en el suspicaz y receloso D. Fernando; pero el ilustre Prelado se anticipaba á todas sus maniobras y le tenía apercibido de todo. Intentaba la nobleza desacreditar al Arzobispo, suponiendo que queria mandar en la Reina y en todos los grandes, por lo cual formaba y constituia un ejército, de cuyo cargo se hace eco Zurita cuando le acusa de tener