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El cardenal Cisneros.

castellano no era, conocia perfectamente los hombres y las necesidades de Castilla, y el considerable número de grandes, que iban perdiendo de dia en dia en su propiedad y en sus rentas con aquella lenta disolucion de la pátria, con aquella anarquía crónica y turbulenta, de la que sólo podrian prometerse sacar fruto los ambiciosos de dentro y los enemigos de fuera, suspiraban porque regresase cuanto antes de Italia el antiguo soberano de estos reinos.

Habia muchos elementos, habia aún grandes elementos en Castilla para salvarla en esta ocasion tristisima. Los pueblos, como los individuos, tienen su instinto de conservacion, y aunque solicitados, requeridos y aun forzados en direccion contraria, toman, sin embargo, el mejor camino cuando hay en la altura hombres que saben hacer un llamamiento á estos instintos salvadores, á estos sentimientos inmortales, con cuyo auxilio se dominan las situaciones más dificiles y las crisis más árduas. Teniamos la fortuna entonces de que existiese un hombre como Cisneros, de gran carácter, austera conciencia y fervoroso patriotismo que, apoyándose en estas fuerzas latentes, como invisibles, como anónimas, las cuales deben de saber buscar y atraerse siempre los hombres de Estado de recta intencion, iba á su objeto con perseverancia, sin desviaciones, encaminando á este fin los ocultos resortes de su fértil diplomacia y los arranques atrevidos de su batallador carácter.

Atendia á la cuestion de órden público en todas partes, apaciguaba los discordes ánimos de Toledo, Avila y Madrid; proporcionaba fondos al anciano Conde de Tendilla que temia la desercion de sus tropas si no se les pagaban sus sueldos; procuraba un concierto de los grandes de más poder en Andalucía para mantener en paz aquella importante region de los reinos, y hacia retroceder al Duque de Medina Sidonia que quiso apoderarse por fuerza de Gibraltar; valíase del Conde de Benavente y del Duque de Alba para que obligasen al Conde de Lemos á entregar á Ponferrada que queria conservar en su poder hasta la venida del Rey Católico; veia que la misma Reina expulsaba de su Consejo á los rapaces flamencos, traidos y colocados allí por D. Felipe; nunca se apartaba de su lado ni cuando hacia aquellos extravagantes viajes en compañía de los restos putrefactos del cadáver de su marido, ni cuando la peste diezmaba á Castilla y quedó con ella en Torquemada, mientras el Consejo Real se transferia á Palencia, libre del azote; negociaba en nombre del Rey Católico con los grandes de