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El cardenal Cisneros.

fica conquista de Nápoles con el vencido Frances, al que empezaba por dar desde luego reparaciones que eran ya otros tantos perjuicios para los Españoles, y una indemnizacion metálica de gran consideracion. Verdad es que, ya viejo, traia á su lado á una Princesa hermosísima, jóven, llena de gracia y discrecion, aunque algo tocada de las ligerezas y frivolidades de la corrompida corte francesa de aquel tiempo; pero en cambio deshonraba el lecho conyugal de la Reina Isabel, calientes todavia casi sus restos mortales, de aquella gran Reina, tan noble, tan ilustre y tan enamorada de su marido, que, ya agonizante, decia en su testatamento: «y suplico al Rey mi Señor que acepte todas mis joyas, ó, al menos, las que quiera elegir, para que, al verlas, se acuerde del singular amor que toda mi vida le he profesado, y de que le estoy esperando en un mundo mejor; cuyo recuerdo le animará à vivir más justa y santamente en éste.» Verdad es que ya podia dedicarse á enfrenar los inconsiderados apetitos de los nobles de Castilla; pero en cambio hacía á todo aquel pueblo un ultraje que sangraba el corazon. Verdad es que reducia al pobre mozo de Flandes á la triste condicion de mendigar en Francia hasta el permiso de venir á los Estados hereditarios de su mujer, permiso que no se le concedia sin ponerse ántes bien con su suegro; pero en cambio acariciaba ya las eventualidades del porvenir que habian de arrancar á su propia hija y á sus propios nietos la rica herencia de Aragon y de Nápoles. Sin la gran influencia que tienen en el corazon humano las pequeñas pasiones, tanto más grande aquella, cuanto éstas más pequeñas, no se concibe que el Rey Fernando siguiera esta conducta, y ménos se concibe que aprobara semejante política un entendimiento elevado, y, sobre todo, una conciencia recta como Cisneros, política de pesimismo, política de desesperacion, en que, á trueque de una ventaja erimera, quizás la simple satisfaccion del maléfico amor propio, se sacrificaban la ley moral y el interes material del presente y del porvenir, politica funesta con la que de ordinario los Reyes, como los hombres políticos, como los partidos, como los pueblos, todo lo pierden, hasta el honor.