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dió al rey D. Felipe IV.

Encarnacion, fundó en la villa de Cangas el Ilmo. Sr. D. Juan Queipo de Llano, Obispo de Pamplona.

Es indudable, de cualquier modo, que, con el auxilio de los poderes infernales y usando de las artes goéticas, se han podido realizar y realizado grandes venganzas, no solo sobre particulares, sino sobre ciudades y reinos enteros, arruinándoles sus cosechas ó llevándoles una peste como la que estragó á Milan en dicho siglo XVII, y que con tan patéticos colores nos describe el inspirado Manzoni; y no es ménos cierto que, usando de las artes teúrgicas, se hacian amar los hombres de las mujeres, y estas, aun siendo feas y viejas, rendian á galanes hermosos; ni puede ya, por lo tanto, maravillarnos que algunos espíritus, ménos sensibles á los encantos femeninos que á los goces tempestuosos de la ambicion, se dedicaran con empeño á enredar en sus maleficios á los Príncipes y Reyes.

Sabido es (y así lo decia el pregon con que le sacaron al cadalso), que D. Alvaro de Luna usó de esos maleficios con D. Juan II, y con ellos se apoderó de la casa, y corte, y palacio del Rey, usurpando el lugar que no era suyo, y subiendo de bajos principios á la cumbre de la buena andanza, de donde le despeñó la ambicion.

Pero no es de este caso del que yo quiero hablar á V., sino de otro más funesto á España, porque si D. Alvaro faltó á la persona del Rey y pecó de codicioso, teniendo más riquezas que consentia su calidad, y de soberbio por los muchos dominios, señoríos y castillos en que mandaba, no carecia totalmente de patriotismo ni llevó al reino á su decadencia y ruina, como D. Gaspar de Guzman, Conde—Duque de Olivares, que es de quien me propongo tratar en esta carta.

Y para que vea V. que es verdad lo que le decia al comenzarla, de que más males causó aquel valido con sus maleficios (así lo creyó el vulgo), que ocurrieron luego al cabo de un siglo, le diré ahora que por su culpa y en pocos años perdió España todo su poder y gloria. Perdióse Ormuz, Goa y Fernambuco: perdióse el Brasil con las Islas Terceras; perdióse para siempre (pérdida nunca bastante lamentada) el reino de Portugal y el condado de Rosellon, y casi todo el de Borgoña y ducado de Luxemburgo, primer título de Cárlos V; y á punto estuvieron de perderse del mismo modo Cataluña y Nápoles y Sicilia: perdióse en fin, Arras y Flandes, y aquella triste campaña, en que se hundieron, aunque gloriosamen-