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Sobre el concepto

la Santísima Trinidad está colocado precisamente en el zénit de Córdoba ó de Sevilla. En los paises extranjeros, como la tierra es tan estéril, los hombres tienen que vivir de industria y de tramoya. Todo es por allá farsa, bambolla, fanfarronería y lujo aparente y ostentoso, sin consistencia y sin enjundia. Aquí todo es sólido, real, consistente, macizo y á toca teja. Un andaluz, que seguia esta opinion, estuvo en Paris, y al mes de estar allí y de haber visto las tiendas, los teatros, la magnificencia de los edificios públicos y privados, y todas las bellezas y esplendores de aquella nueva Babilonia, fué á visitar á un su compatriota, y le dijo: « ¿sabe V. lo que pienso, señor D. Fulano?» «Hombre, ¿qué piensa V? » respondió el otro. Y replicó el andaluz: « Pienso que aquí tambien hay dinero. » Harto sé que esta historieta del andaluz va siendo cada dia más inverosimil, y que apenas hay ya español que ignore que tambien hay dinero fuera de España, y hasta que no sospeche que en España hay proporcionalmente poquísimo. Pero en cambio fantaseamos para España otras mil excelencias, por donde nos adelantamos aun á todas las demás regiones, razas, lenguas y tribus del universo mundo. Por desgracia, esta admiracion de lo propio, este obcecado patriotismo inútil es, cuando no es nocivo. Nos encubre nuestras faltas, ó nos las presenta de suerte que, en vez de infundirnos el propósito de enmendarlas, nos hace pensar y decir el ya mencionado; ea, pues mejor.

El otro extremo, sin embargo, es peor todavía. Los que creen que todo está irremediablemente perdido; que España tiene un suelo infecundo, como los desiertos de Africa; que nuestros rios son torrentes que no pueden canalizarse para riego; que no servimos para la industria, porque somos radicalmente flojos y llenos de desidia, etc., etc., nos condenan, en las condiciones actuales del mundo, á una inferioridad perpétua y á una perpétua desesperacion. Porque España y cuantos españoles la habitan, no acertaremos nunca á resignarnos á hacer un papel humilde; á ser, por decirlo así, una nacion modesta de segundo ó tercer órden. El recuerdo vivo, indeleble, de nuestra grandeza pasada, será siempre un aguijon que nos excite y un torcedor que nos atribule y atormente.

Hay en el dia españoles, que continuando y completando cierto pensamiento de Campanella en su famoso libro De monarchia hispanica, entienden que así como los pueblos del Norte tuvieron el