Las doctrinas ó las creencias se encadenan de tal suerte que con
dificultad puede afirmarse nada, á no presuponer otras afirmaciones previas.
Así es que por severo y escrupuloso que sea un escritor y por aficionado á demostrar ó á dar pruebas de lo que afirma , no es posible que en cualquiera escrito suyo vaya remontando, por decirlo así, los eslabones todos de la cadena y demostrándolo todo hasta llegar á los principios fundamentales. Algo es menester que dé por sentado y hasta por inconcuso el lector: en algo es menester que el lector convenga con el escritor, aunque no sea más que para entrar en cierta momentánea comunión de espíritu , mientras que lee su obra.
Convencido yo de esto, voy á sentar aquí algunas premisas, que solo condicionalmente quiero que sean aceptadas.
Yo creo, en cierto modo, en la inmortalidad de las naciones de Europa. Las antiguas civilizaciones y los antiguos y colosales imperios de Oriente murieron, se desvanecieron: apenas queda rastro de su grandeza pasada. Esto hace pensar á muchos en que las razas y los pueblos se suceden y se transmiten la gloria, el poder y la ciencia, cayendo unos para que otros se levanten. Los egipcios y los asirlos y los babilonios sucumben cuando se alzan los medos y los persas. Luego viene Grecia; luego Roma; luego aparecen las naciones del Norte de nuestro continente: tal vez la América vendrá más tarde. Hay quien no considera la historia sino como una incesante sucesion de ruinas, sobre las cuales llega á fundar su principado ó dígase su hegemonía una nueva nacionalidad, una nueva raza. Los que piensan así , sin negar el progreso humano, entienden que el cetro , la corona , la antorcha de la civilizacion, más brillante cada dia , en suma , todo el tesoro acumulado del estudio , del trabajo y del afan de mil generaciones sucesivas , pasa de un pueblo á otro pueblo, con el andar de los siglos. Esta idea es