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DE LA IMPRENTA EN FRANCIA

exhalarán quejas y lamentos que habría ahogado ciertamente el régimen preventivo.

De cierto no espera aquel Gobierno, que movidos de indeleble agradecimiento los antiguos periódicos y los nuevamente fundados, hayan de consagrar sus cuotidianas tareas á cantar en coro las alabanzas del Imperio. No imaginará que cada diario, sin excepción alguna, ha de ser modelo de moderación y cordura. Entre los periodistas sucede como entre los demás mortales, como entre los oradores y los funcionarios públicos por ejemplo; los hay cultos é ignorantes, modestos y presumidos. Unos son templados y probos, otros corrompidos y procaces. Suponerlos exentos de la humanas flaquezas sería delirio, y además se ha de tener en cuenta que no se requieren aprendizajes, ni estudios, ni categorías, ni pruebas de calidad y virtud para penetrar en lo que, dígase lo que se quiera, nunca será sacerdocio, ni magistratura, ni una clase del Estado: ¿á qué labios no se ha asomado la sonrisa al leer en el discurso de M. Thiers el picante retrato del escritor imberbe que presume de ensenar á los hombres de Estado encanecidos y expertos lo que es España ó Inglaterra, y quiere dar lecciones de desinterés á quienes ya han pasado por las pruebas de la vida? Al lado de estos doctores precoces está el periodista independiente que pasa el día pretendiendo destinos y la noche escribiendo artículos de oposición destemplada. ¿Quién no ha conocido á alguno de esos diaristas, á quienes impacienta la templanza del Gobierno en tiempos de razonable libertad, y que van apretando los resortes de la polémica hasta que logran que las denuncias y condenas y prisiones les den motivo para clamar contra la tiranía de ministros y jueces, preparando con los méritos de un martirio fácil los beneficios de popularidad mal adquirida? Al lado de estos se encuentran también escritores hábiles y laboriosos que en trabajos anónimos marchitan la flor de su inteligencia y en beneficio de partidos ingratos consumen talentos que pudieran reservar para obras menos efímeras y fugaces. No faltan algunos cuyo carácter resista á todos los riesgos de la inexperiencia y á todos los halagos de la corrupción. Donde hay graves peligros para la flaqueza y la inmoralidad, también ha de haber algún lauro para la independencia y el verdadero patriotismo. En resumen, sucede á esta libertad de la imprenta como á todas, y es que por lo mismo que abren al mal las puertas haciéndole posible, acrecen también y aquilatan el