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de un coronel retirado.

D. Victoriano, cuando se me helaron los acentos en la garganta, viendo delante de mí al Brigadier, que me contemplaba á su vez con ojos muy poco tranquilizadores.

—¡Bonito traje, señor oficial! ¡Buen ejemplo da V. á la tropa!

¡Y su vigilancia es admirable!» Exclamó iracundo el veterano.

—«¡Mi Brigadier! tartamudeé confuso.....

—¿Todavía querrá V. disculparse? Pues, ¡ voto ǎ....!

—¡Manuel! (interrumpió entonces, en voz baja, pero no tanto que yo no la oyese, un caballero venido con mi jefe, en quien hasta entonces no habia yo reparado). ¡Manuel, cálmate! El calor es sofocante; ese oficial es un muchacho, casi un niño..... se ha quitado el corbatin, es verdad..... ¡Ha hecho mal, hombre, ha hecho mal!

Tiene desabrochado el uniforme además!»» Añadió el Brigadier lanzándome una mirada, á cuyo impulso me creí ya encerrado en el castillo de las Peñas de San Pedro.

—«Sí, Manuel, sí; tú tienes razon; pero mírale: no se ha quitado el sable, ni la cartuchera. Estaba á oscuras para no poder ser visto; y si no tuviera el sueño tan pesado..... ¡El sueño profundo de los veinte años....! ¿Te acuerdas, Manuel, cómo dormimos nosotros, á la intemperie y sobre las rocas del Pirineo, la víspera de la batalla de San Marcial....? ¡Vamos! sé indulgente por esta vez; yo te conozco; gruñes, relampagueas y truenas; pero en tu vida has perjudicado á ninguno de tus oficiales. Que no sea yo la inocente causa de un gran disgusto para ese pobre muchacho, que no tiene mala pinta.

—¡Eso no, Cárlos! No tengo yo en el cuerpo ninguno que no sea de punta, y ese chico se distingue entre todos sus compañeros por su amor al servicio y su puntualidad en él. Algo tronera es, aficionado á ellas, reñidorcillo.....

—Ni tú ni yo, Manuel, éramos á su edad Teatinos.... Vamos, perdónale y que nos deje solos.

Durante ese aparte, de que yo no perdí una sílaba, porque mi oido es fino y las voces del Brigadier y de su amigo, de las que no admiten el pianísimo, habíame yo puesto el corbatin y abrochado de arriba á bajo, de forma que, cuando mi jefe, en realidad siempre muy bueno con nosotros, y entonces ya por las súplicas de mi intercesor á medio enternecer, volvió hácia mí la vista, encontróme perfectamente en regla.