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dió al rey D. Felipe IV.

y sobre esto nadie puso la menor duda, diez camisas, perfumándolas con unos polvos muy finos y rojos ó cenicientos, que en esto no anda segura la historia. En fin, amigo mio, V. no ignora que el Conde de Olivares tuvo trato con otros muchos nigrománticos ó buscó su amistad, habiendo tratado de alcanzarla de D. Miguel Cervellon, el cual era público que tenia parte con el demonio; pero las más célebres relaciones son las que se le atribuyeron con una mujer llamada Leonor, de quien he de hacer la historia para que ni V. ni nadie dude de ella, pudiendo leer todos el informe que D. Miguel de Cárdenas, alcalde de casa y córte, hizo sobre dicha Leonor al Presidente del Consejo de Castilla. p Vivia esta Leonor en la calle del Barquillo, y era vecina de un Antonio Diaz, coletero de oficio, y de un Juan de Acevedo, escribano de la Sala de alcaldes. Fué el caso que una noche de Agosto ó Setiembre del año de 1625 se reunió la Leonor con la mujer del escribano y la del coletero, y rodando la conversacion sobre las dichas y desdichas del matrimonio, dijo aquella que lo que debian de hacer era dar hechizos á sus maridos para que bien las quisiesen y nunca cambiasen de voluntad: respondió la del coletero que no queria meterse en hechicería, y replicó Leonor: ««que sus hechizos »eran sin peligro, porque estaban ya probados con S. M., á quien »los daba el Conde de Olivares para conservarse en su privanza, y »no le hacian mal como se veia. » Añadió «que estos hechizos no los »hacia ella, sino una amiga suya llamada María Alvarez, y podia »ofrecerlos como quien tenia la fábrica de ellos de su mano; » pero como rehusaran siempre las dos mujeres, por no hacer esclavos del diablo á sus maridos, la Leonor, que á toda costa queria hechizarlos, declaró que el capellan del conde de Monterey sabia más de esto que la misma Alvarez, de quien era muy conocido, y que ella le haria venir, y encerrados todos se harian los hechizos. Rehusaron todavía las mujeres, y Leonor con una insistencia que pinta la ignorancia y la supersticion de nuestro pueblo y de aquella época, dijo entonces «que ya que no hiciesen los hechizos, tomasen »palos de romero y espliego, y antes que sus maridos vinieran »sus casas, las perfumasen con ellos en cruz, cuidando de que se »quemasen todos los palos, y poniéndolos despues de este perfume »en los quicios de las puertas por la parte de adentro hasta que se »consumiesen con el fuego. » Sea que el coletero oyese algo de esta plática, sea que su mujer y