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PREFACIO

En la série larga de las edades del mun- do y del hombre, le majer ha sido siempre la blanca y esplendorosa corona de flores, de gloria y de luz con que lax naciones han adornado su frente.

Ella fué María concibiendo á Jesús que de- dia regenerar al mundo,

Ella fal Safo, muriendo entre las ondas amargos del Leneades para adogor allí se tormento y vensersar su virtad,

Ella fué Telesila que sedeó su pueblo natal, atacado por Cleomenes, poniéntose d la cabe: za de las mujeres armedtas.

Ella fué Judit que expuso su cida por fi bertad 4 su patria, cortando la cabeza de Hotofernes.

Ella fué Cornetia, fa madre de los Gracos que dieron, camo los Espartanos, tan grandes ejemplos de abregación el orbe,

Ella fué, en Jin, Esther, Semirámis, Débo- ra, Cleopatra, Lucrecia, Juana de Arco, Ja- nequeo,—estrellas huminosas que brillarán por «siempre en el espacio de la Jfistoria, ¡imini- nando con sus destellos el camino del hombre que busca sa luz,

Y aquí en América, ¿que ha xido la mu- Jer?

¡Lo ha sido todo!

Buscadia durante ta época de la conquista, ó en las ingasiones, y: la hallareís osada, in- trépida, acasalladora.